Sentir cómo se eriza la piel. Sentir una caricia inesperada en la oscuridad. Inesperada, pero tan ansiada a la vez... Cómo el vestido se desliza y la tela baja por la piel desnuda. Cómo el frío compenza a recorrer mi cuerpo, pero no dejas que siga y me acaloras más.
Cómo tus manos delicadas desvisten mi cuerpo dembloroso, arrancándo lo que encuentren a su paso, lo que estorba para sentir con plenitud.
Labios y piel, ese calorcito que se siente justo antes de que nuestras bocas se toquen, se besen. Ese momento en el que las palabras sobran y las caricias llenan el aire.
Cuando los corazones laten tan fuerte que casi puedes oir mis palpitaciones sin necesidad de acercarte a mi pecho. Haces que mi cuerpo se estremezca, que tiemble, pero no de miedo.
Es esa sensación, sensación de no tener nada que proteja el cuerpo, ni el alma, pero aún así sentirnos seguros y protegidos, por el cuerpo del otro, por la igualdad de condiciones.
La espalda es mi parte del cuerpo favorita, recorrerla con mis manos me produce escalofríos y sentir tus dedos sobre la mía me produce esa sensación, si, ya sabes. esa misma.
Besos en el cuello, mordiscos en la espalda, manos en las caderas, mi pecho contra el tuyo. Deseo. Tan erótico como un tango, tan delicado como un pétalo en la mejilla.
Pienso en rojo, el rojo de nuestros labios, de la sangre que corre descontrolada por nuestros cuerpos, llenos de deseo y pasión. Cuando mis ojos encuentran los tuyos, llenos de satisfacción y felicidad. Esa es la sensación.
Se llama amor.