Es cuestión de entender el verbo, es tan solo ser. Ya no existen las máscaras. Esas muecas que se mofan de lo humano, de lo natural, del cuerpo, de la sangre y de la carne, del hueso. Los antifaces han sido arrancados con fuerza y pasión. Ya no es necesario ocultarse entre las sombras del carnaval. Ella entendió.
El cuerpo se asoma entre las sábanas, mostrando su piel tersa y frágil, buscando protección, buscando comprensión. Ha estado oculto, presionado y no se ha dejado ver. Solo algunos reflejos, vagos y casi imperceptibles han visto las puestas de sol. Ahora es el momento de ser real.
El temor a la ejecución de un juicio, a ser parte de un juego que pueda arrancar las esperanzas es lo que la hizo ocultarse, envolverse en un manto traslúcido, pero que creaba confusión con las sombras que proyectaba. Solo un garabato de su silueta se dejaba mostrar, por temor a sentir, a sufrir, a entregarse tal cual es y luego tener que recoger los restos.
El astro ha salido del horizonte, para alegrar la vista con su fusión de colores impresionante, sin posibilidades de ser descrito para ser representado. Solo los ojos dignos de formar parte de su revelación lo presenciarán, a la hora de despertar al amanecer. La suerte está de su lado y ahora ella se deja ver. Se siente de carne y hueso. Una mirada, una sensación, una frase pronunciada con el corazón, con el alma, han hecho que finalmente suceda.
Ahora es ella, con el alma desnuda, desprotegida. Las corazas se han resquebrajado, y aunque el miedo aveces late, la corazonada es más fuerte. Sabe que es real: de carne y hueso.